Melody Prochet, la mujer francesa que lidera este proyecto, solía dedicarse a la música clásica. Después de doce años de disciplina, por alguna razón, se aburrió y tomo varias decisiones importantes. Se antojó de navegar en otras tendencias musicales, de lavarse la cara con otros géneros, de experimentar. Y así lo hizo. Prochet, dándole vuelta a algunos escenarios europeos, se topó con Kevin Parker, vocalista de Tame Impala. El resultado del encuentro es la razón de esta reseña.
Melody’s Echo Chamber se trata de una conjunción de influencias. Sus canciones dan testimonio de la unión, a veces ingeniosa, a veces escaza, de varios elementos traídos de antes y de otros invocados del presente. Esas son prácticas frecuentes de la psicodelia, el género al que el grupo se cobijó desde sus inicios.
Pero se podría decir que han innovado. Han procurado imprimir sellos de una marcada personalidad a lo que componen y a lo que producen. En medio de esa corriente psicodélica hay memorables líneas en el bajo, guitarrazos que explotan y luego regresan a la calma, voces que apenas si se preocupan por rebasar la armonía instrumental, una atmosfera cómoda, en esencia femenina, y por lo tanto muy amable y muy delicada.
Su primer álbum, homónimo al nombre del proyecto, lanzado hará unos dos meses, es un mosaico de canciones independientes. Todas y cada una tienen un toque de novedad que al mismo tiempo las separa y las junta como partes sueltas de un rompecabezas. En varios portales se dice que las manos de Porchet y Parker convierten en oro todo lo que tocan. Se podría decir, quizá, que no es precisamente oro, sino un metal raro, precioso, que la alquimia musical está apenas conociendo. -Juan Botía
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