Antes de que el cine colombiano girara alrededor de la eterna historia de la violencia y de los diálogos dominados por el “¿Qué paso gonorrea?” hubo películas que se preocupaban por contar historias que surgieran de nuestra historia y de nuestra cultura sin que giraran alrededor de esa manía absurda de rascarnos las llagas tercermundistas; películas como “Cóndores no entierran todos los días” de Francisco Norden, “La estrategia del caracol” de Sergio Cabrera y la innecesaria víctima de mi forma cancerígena de hacer reseñas el día de hoy: “Confesión a Laura”.
“Confesión a Laura” se ubica en 1948 siguiendo los primeros días después del Bogotazo, el gobierno esta tratando de recuperar la Biblioteca Nacional al ser un punto clave de la ciudad, a pocas cuadras de la Biblioteca viven Laura y sus vecinos de enfrente Josefina y Santiago, Santiago va a la casa de Laura a llevarle un pastel pues es su cumpleaños pero al llegar a la casa de Laura la situación de la ciudad se complica y ahora Santiago no puede regresar a su casa pues el gobierno ha impuesto un toque de queda y cualquier persona que salga a la calle será ejecutada in situ. Confinados en una casa Laura y Santiago construyen una relación que no esperaban, cada uno conociendo a una persona que no se imaginaban que existiera.
La película se presenta con técnicas que parecen mas del teatro que del cine (el uso de un solo set, la cantidad mínima de personajes, el que los actores no hagan contacto visual con la cámara) y eso la vuelve una película bastante peculiar a nivel estético, pero la historia es lo que mas llama la atención en este filme, en vez de ser una historia sobre que fue el Bogotazo nos presenta una historia sobre como se construye una relación entre dos personas en tiempos donde poder expresar libremente lo que se piensa es muy difícil, mas que ser sobre el Bogotazo es sobre que era ser bogotano en esa época y en ese momento histórico.
“Confesión a Laura” es una película que nos recuerda que nuestra industria cinematográfica puede llegar a hacer algo mas que cine de panfleto, que tiene la capacidad de contar historia que exploren el núcleo de las relaciones humanas, de cómo funcionamos independientemente de nuestra nacionalidad o de la situación en la que nos encontremos, nos muestra que nuestro cine es capaz de ser universal sin perder sus “raíces” y que podemos hablar de nuestra cultura, de nuestra historia y de nuestra sociedad sin convertirla en una caricatura de sicarios, putas y yonkis.
A veces solo necesitamos a dos cachacos en una pieza en el centro.
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